domingo, 26 de octubre de 2008

Escritor de Moda, capítulo 1


Escritor de moda




Mi psiquiatra insiste en que por mi culpa a él le va a sobrevenir un brote sicótico. ¡Qué me importa a mí eso! Que le arregle su mente otro de sus colegas. En este mismo instante creo que lo único que a ese tipo le importa es lo que podría pasarle a él, pero jamás piensa en todo lo que yo tengo que hacer para pagarle el exorbitante precio de la consulta y no es una, son cientos. Aún no me ha diagnosticado, porque de seguro estoy más sano que él y la terapia más bien parece interrogatorio detectivesco que otra cosa. Pero, con sus preguntitas no le va a ir bien. Yo sigo visitándolo nada más porque me gusta contemplarlo. Tiene unas manos enormes, finas y muy bien cuidadas, incluso usa brillo en sus uñas y eso lo encuentro tremendamente sospechoso. Pero, mi idea no es hablar sobre mi psiquiatra ni sobre mí, por el momento. Sólo lo he hecho para mostrar que una de mis características más sobresaliente es mi estilo contradictorio. En este momento, estoy obsesionado por dirigirte la palabra solo a ti.

Me contaron algo que quiero no creer. Dicen que eres de buen gusto, porque tienes un novio de toda la vida, un gordito rubio y amoroso que no te merece. Eso no lo dice la prensa, sino el rumor. Dicen que eso habla muy bien de ti, porque tu relación parece una copia calcada de un matrimonio heterosexual y tu imagen califica para engrosar la lista de esos hombres decentes que están casados con mujeres rubicundas y sin mayores atributos ni físicos, ni económicos, o sea, mujeres no peligrosas. Peligro es, tú lo debes saber -como siempre alegó mi abuela- la infidelidad y todas sus secuelas de gritos, peleas, arañones, mordiscos, pelambres de los vecinos, alarma en la iglesia y en ese partido político en que sus adherentes se dicen demócratas y cristianos. Una contradicción, se entiende. ¡Huy!, patético. Me persiguen las contradicciones, cuando no me apropio de ellas, alguien, -desde las sombras-, me las endosa.

El vulgo siempre repite lo que se dice de ti. Eso es casi lo mismo que ya hubieras escrito tu autobiografía o tu historia, que ya es emocionante para muchas personas. Yo no sé por qué todavía no has lanzado una versión original de tu vida. Cuando dejes de acatar las reglas de escritura, esas que dictan en los talleres literarios los escritores fracasados, tendrás menos ventas pero más dignidad. Por ahora, parece que estás capacitado solo para disfrutar de los aplausos de las mujeres ignorantonas que compran tus libros y exigen que se los firmes. Para la crítica, cierras los ojos y te taponas los oídos. Por si las moscas te paso un aviso económico. Yo sé de la vida y de literatura y podría enseñarte.

Se dice que hasta ahora, las que no te conocen de verdad te tienen algo de simpatía, porque te encuentran limpiecito y ordenado a pesar de ser gay. A las viejas que, con sus billeteras abultadas, sostienen los talleres, les encantan los tipos como tú, porque les cae del cielo entretención para sus aburridas vidas.

No sé qué me pasa, pero desearía que todo esto que se dice fuese mentira. En mis fantasías me alejo de los comentarios malintencionados y prefiero imaginarte un playboy rodeado de jovencitos, todos bronceados y musculosos alrededor de una piscina, porque dicen que te pareces a Rock Hudson, y tal vez esa podría ser tu condena, conocer únicamente la belleza de esos cuerpos inflados de musculatura dura y envolverte en relaciones pasajeras por dinero. Sería injusto que no pudieras conocer el amor y arrepentirte luego de esa mala vida, más maduro, más guapo, con más experiencia y fama.

Otros, porque también hay algunos que te defienden, dicen que ya conoces el amor y que ahora quieres que la gente te crea un intelectual sensible a la contingencia y por eso vives frente al Parque Forestal con un gordito que es tu enamorado de toda la vida. En todo caso, una única cosa me parece cierta, y es que solo tú tienes la culpa de todos estos comentarios, porque te esmeras en dar una imagen suavizada de la vida. Te falta fuerza en lo que haces, amor mío. Yo te juro que esto último no es una crítica, sino más bien un consejo. El final de los finales, para un escritor como tú, no debiera versar sobre un campeonato de bridge. El final de los finales tendrías que haberlo hurgado en mis ojos posados en el magnífico espectáculo de tus cejas espesas, en el ángulo de la fotografía que destaca el lóbulo de tu oreja izquierda que me parece que la hubieras instalado en la posición precisa para recibir mis besos, en los dedos largos y sensuales de tu mano derecha que se sostienen en el vacío, en tu cuello perfecto, -sin la nuez-, en tus labios finos, en los surcos de tu frente y tu mejilla, en fin, en tu pelo con ese tenue y sensual desorden.

Suspiro y me pregunto una infinidad de cosas. ¿Cómo puede hacerme sufrir tanto una simple fotografía? ¿A qué le tenías miedo cuando enfrentaste esa cámara? ¿De qué te protegerá ese gordo seboso, de seguro con olor a queso en las patas? Hay algo que no me calza y ese algo es ese gordo maléfico que de seguro te hizo un amarre para verte postrado a sus pies. Con tu estampa y tu suerte podrías aspirar a algo mejor. Podrías aspirar a mí, por ejemplo. Quiero pensar que lo más probable es que no hayas abandonado la piscina del pecado como dicen, o como quieres que digan, y seguramente llevas una doble vida gay. Por un lado, aparentas ser un gay muy burgués para el público y por otro, una loca desenfrenada en la intimidad. Lo investigaré, aunque no para extorsionarte, sino solo para comprenderte mejor. A mí me apasionan esos dos aspectos antagónicos que creo vislumbrar en ti.

Quizás sientes algún tipo de culpa. Algo me dice que cuando uno o más jovencitos rubios, morenos o pelirrojos frotan con desenfado y al aire libre sus sungas húmedas contra tus piernas, tienes la extraña sensación de que Dios te está observando y prefieres llevártelos a un lugar más oculto, bajo techo. Eso me da un poco de risa, porque no me coincide con la imagen de alguien que ha viajado tanto. En los viajes es donde se aprende, pero claro que es divertido comprobar que mil viajes no serían suficientes para neutralizar tus genes avinagrados en el Cáliz de la Comunión. Por ahí puede que vaya la cosa, por la alharaca del pecado original. Te imagino pensando que si causó horror la tentación de la mujer al hombre, ¿qué se podría esperar de la tentación del hombre al hombre?

Ya no quiero mortificarme soñando en esa pequeña posibilidad de haberte conocido íntimamente antes que tu novio, justo en el momento en que decidiste dejar tu antiguo estilo de vida y vivir algo más acorde con lo que exigen las apariencias. Lo que tú nunca te has dado cuenta es que no eres como ellos y la palabra apariencia tiene el karma de la tristeza. Lo que es yo, jamás he visto un aparentador feliz. ¿Y tú?

A propósito de tristeza, es triste decirlo de manera tan cruda, pero yo sé que nunca te hubieras fijado en mí. Yo hubiera sido algo así como la vendedora de fósforos. ¿Conoces mi historia? Yo iba por ahí a la intemperie en la oscuridad tiritando de frío, vendiendo fósforos de miseria. Tú comías pavo rodeado de objetos resplandecientes, en el lado interior de la ventana, abrigado por el calor de una chimenea. Yo iba descalzo por la calle, prendiendo fósforos de uno en uno para poder tener algo de calor. Mis zapatos me los había robado un rufián. Esa palabra, aunque no me gusta, es la que tengo que usar en esta parte de mi historia, porque es la palabra que se usa en los cuentos clásicos. Tú calzabas unos mocasines argentinos de cuero, francamente envidiables. Entonces pude verte a través de la ventana unos pocos minutos antes de que apareciera en mi mente la visión de mi abuelita amada y odiada lavándome mi vestido de princesa que yo había manchado con sangre, señal inequívoca de que me encontraba al borde de la muerte. Había escuchado eso en una lectura de cartas que una vidente me tiró. Observé tu hermosa y amplia sonrisa tras los vidrios empañados y pensé que era algo que me correspondía y que me la había arrebatado un impostor.

Como tú no sabes nada de mí te voy a contar que sé leer bastante bien, muy por sobre el promedio de los que se dicen lectores y creo también saber escribir. De hecho, lo hago. No concibo la idea que nadie se dé cuenta de mi talento innato y me da una ira descomunal que algún aspirante a estratega en difusión de literatura, tenga la desfachatez de utilizar la palabra magistral en la solapa de algún libro de uno de mis contrincantes, es decir, todos esos que se las dan de escritores, no como yo, que soy escritor por donde se me mire. No es mi intención que te des por aludido. Eso no sería original. Mi intención es más bien didáctica. Quiero que sepas que es posible y necesario para un escritor de moda, mostrarse desprovisto de máscaras y usar a sus personajes para efectos especiales. No hay que caer en el error de escribir con el libro de métrica de páginas amarillentas, comprado de quinta mano en San Diego ni usar recetas tipo de cocina para aliñar desabridas historias de amor. Esas historias siempre tendrán un público cautivo, si no acuérdate de Corín Tellado. Me han dicho que muchos la extrañan y creen verla reflejada en tus libros. Pero eso no te hace mejor ni peor que el resto ni menos sensual ante mis ojos.

Pero la gente dice tantas cosas, y es capaz de inventar cuando no tiene argumentos. Han dicho por ejemplo que Harry, un poeta entre maldito y furioso, no le achuntó con sus historias de miedo, porque no asustó a nadie y no tomó en cuenta lo de pastelero a tus pasteles, que cómo se le fue a ocurrir traicionar a sus crónicas de maravillosos versos. Bazurita es otro cuento, y de él se comenta de todo. Que cree que con el Premio Nacional, a manera de Smith & Wesson, puede transformarse en Cow Boy del lejano Oeste y disparar a matar a moros y cristianos o, lo que es peor, tratar a pijes y rotos de teloneros y aprendices, proyectando sus propias debilidades. Eso guarda relación con la gente que obedece a los designios de la dictadura de la heterosexualidad, pero debo confesar que entre nuestros congéneres, la cosa tampoco es demasiado distinta. Si no, pregúntale a la barra feminista de la francesita y sus teorías trasnochadas de género o a Cascabel con su monstruosa creación, onda Frankenstein travestido, que desde columnas en publicaciones periódicas y diarios da cuenta de la sordidez cloacal de su vida y bajo ese argumento ha sido inflado como un globo publicitario. La verdad, sea dicha de paso, y eso lo digo yo, cada artículo se sostiene a sí mismo, pero si tú los reúnes o compendias, como le llaman los editores, el sonsonete de las repeticiones y lenguaje empalagoso te podría ir a dejar al Sanatorio El Peral. La cacofonía en mi caso es adrede, pero las vulgaridades lingüísticas de la yegua, que luego las repiten como chiste en los burdeles, terminan por disminuir aún más el alicaído prestigio de los miembros de la comunidad gay o maricones, como él prefiere que se denomine.

Atroz, ¿no?, y esto te lo digo de inmediato, yo también crecí en la calle, pero no me hice yegua y jamás me referiría a la tula de uno de mis amores como la muele mojón. Me encantaría saber qué piensas tú al respecto.

Mis creencias son otras. Ya lo sabrás a su debido tiempo. Creo en la fuerza de las misivas, por eso te estoy escribiendo esta carta, porque ya te habrás dado cuenta de que esto es una carta.

Recuerdo el día en que encontré una revista literaria donde aparecían fotografías de los escritores de moda. Figuraba en una de ellas tu rostro. Estaba algo cambiado por los años, pero era la misma cara de los recuerdos de mi infancia. Desde entonces he intentado encontrar la mejor manera de hablarte, por eso he investigado todo sobre ti, incluso te seguí y no te diste cuenta ni siquiera de los flashes de mi cámara, cuando pude fotografiarte a escondidas en el parque.

Pensé que si te hacía llegar mis escritos, te podrías interesar en leerlos por el hecho de que tú eres un escritor reconocido y la prensa te busca para consultar tu opinión acerca de cualquier cosa. Si por alguna razón, te motivara mi historia y quisieras usarla para escribir a la moda de lo que se estila ahora, -pero corriendo riesgos con un estilo más rupturista a disminuir las ventas-, te la entrego con toda generosidad. Más adelante encontrarás nuevos ofrecimientos.

Te anticipo, eso sí, que soy por esencia caótico y suelo mezclar peras con manzanas y saltar de un temas a otro como si nada. En la época del boom latinoamericano de escritores a eso le llamaban superposición de planos. Ahora no sé. Tendría que buscar en la Internet en las preguntas para la PSU. Pobres cabros escolares, les preguntan cada cabeza de pescado que ni te digo, mejor sería que los dejaran descubrir de una buena vez y para siempre su sexualidad.

Como eso del boom fue hace ya cuatro décadas, aprovecho esta coincidencia para hablarte de mi abuela y decirte que era una mujer entre excéntrica y loca. Sólo ahora caigo en tiempo que su personalidad me sirvió de escudo en la infancia.

Para entrar de inmediato a delatarme antes de que empieces con sospechas raras y te preguntes -¿será gay este tipo?- debo confesarte que la vieja siempre adivinó mis gustos. Yo califico para un todo que ver como nos dicen en Argentina. Como sabrás alguien nada que ver es un vulgar heterosexual.

El vocablo gay no sé si me gusta o no me gusta, porque significa alegre, así es que en algunos momentos lo voy a usar y en otros no, porque mi vida es compleja y cuando estoy triste incluyo la semántica en mi estado emocional. La elección de la palabra va a depender de por quien me sienta influenciado en el momento y de tu actitud. Incluso podría usar eufemismos imitando tu estilo. Esto de las influencias es cosa seria. Por otro lado, los envidiosos asocian los gays a una especie de estampida de maricones sueltos y camuflados entre liquidadores de seguros automotrices, vendedores de intangibles, farmacéuticos, dentistas, abogados, escritores, comerciantes, curas, estudiantes secundarios y hasta viejitos pascueros. Si cuando la gente es mala, es capaz de inventar cualquier barbaridad.

Volvamos a mi abuela. Como ya te dije, ella conocía muy bien mis gustos y me compraba cuentas de colores para armar collares y era mi público cuando yo, disfrazado de princesa, bailaba para ella. Entre sus características más destacadas estaban, su capacidad oratoria y su necesidad de contar los aspectos más turbios de su vida y la de sus parientes. Todos en la familia la consideraban un peligro público. Sus amigas me repitieron infinidad de veces el episodio de mi llegada al mundo. Mi madre, una adolescente de 14 años, -decían, descubrió que ella no servía para mamá justo en el momento del parto y me regaló a esta abuela, una mujer joven aún que vivía sola y se ganaba la vida alimentando a viajeros, depilando a señoras y sacando la suerte mediante un sistema que ella había inventado con los restos de los huesos de pollo y los ojos de los pescados que usaba para hacer caldillos. Leía mucho, demasiado diría yo y me traspasó esa obsesión a la que yo agregué la escritura. Mijito, yo soy regia y muy inteligente me decía, porque he equilibrado el aspecto intelectual y el doméstico en la vida, es decir soy holística. A mi me fascinaba esa palabra que nadie más usaba. De hecho mi primer cuento se llamó, La Princesa Holística, lo escribí a los siete años y se trataba de una niña que vivía en un castillo donde había de todo, o sea, era un castillo holístico, juraba yo. No lo creerás, pero lo presenté a un concurso infantil y lo premiaron. Como había utilizado un seudónimo y no me atreví a poner mi nombre verdadero en el sobre exigido en estos casos, el premio lo echaron al agua.

Tengo la sensación de haber pasado los primeros años de mi vida en una vivienda con un antejardín lleno de flores y un patio trasero en que un antiguo inquilino había dejado abandonada una casita de muñecas de la que me apropié apenas tuve uso de razón. Tenía manchas rojas que parecían sangre coagulada y por más que traté de limpiarlas nunca salieron. Mi abuela me advirtió que no fuera a mencionar eso frente al inquilino que en esa época vivía con nosotros, porque era esquizofrénico, o sea loco –me explicó. Para mantenerme lejos de la casa de muñecas, ella me compró una piscina de plástico cuando cumplí dos años y un columpio al año siguiente.
Ocupé desde siempre la habitación más pequeña. Cabía una cama y un piso alto que me servía para poner una lámpara de velador y mi infaltable vaso con agua al que agregaba una rodaja de limón. Nunca me gustaron las bebidas gaseosas porque no me gustaba tirarme pedos. Yo soy bien natural para mis cosas. Cualquiera no confesaría este detalle íntimo. Guardaba mis pertenencias privadas en un espacio construido en el techo al que accedía por una escalera en A que ocultaba bajo la cama. Allí permanecieron por años dos muñecas que yo tomé de la casa de una amiga de mi abuela, jurándome que eso no era robo, porque las muñecas eran parte de una colección y la colección seguía existiendo con las muñecas visibles en su casa o escondidas en la mía. A mí me encantaba jugar con ellas, pero siempre las ocultaba cuando íbamos de visita. Un día descubrí cómo abrir un baúl y mientras ellas tomaban té, yo me las metí entre medio de mis calzoncillos y nadie se dio cuenta, porque era invierno y me habían vestido con un poncho. Tiempo después me dijeron que eso era efectivamente robo y no me importó. Mi otro tesoro era una fotografía con relieve de Superman que tenía un fuerte olor a plástico. Mi abuela me había llevado al cine a ver la película y me sentí muy raro. Me empezó a venir como un ahogo y no podía borrar de mi cabeza la imagen de ese bello héroe enfundado en un ceñido traje azul que hacía juego con los ojos del actor. A la salida de la función un vendedor voceaba globos, dulces y figuritas del personaje. Le pedí a mi abuela que me comprara la foto y tuve que hacer una pataleta para lograrlo. Poco después ella me pilló pasándole la lengua por la boca al superhéroe y me dijo que no hiciera eso, porque la iba a romper. Al día siguiente, cuando volví del colegio, la foto no estaba. Por casualidad la encontré en el tacho de la basura y tuve que escarbar para recuperarla. Después de eso la escondí junto a los collares y las muñecas que había robado. Había empezado mi colección de tesoros. Esas pertenencias me hacían sentir que vivía como un niño rico y poderoso, pero me entristecía no poder compartir con nadie esos maravillosos secretos. Había percibido que para los demás eran raros esos gustos y yo no quería que mi abuela tuviera problemas por mi culpa. Claro que eso no sé si lo pensé entonces o se me ocurrió después, pero creo que a estas alturas, da lo mismo.

Los muros de mi pieza, inicialmente blancos, fueron poblándose de afiches y fotos que representaban hechos y personas importantes para mí, siempre hombres y que cambiaban cada cierto tiempo. Conservo esa costumbre hasta el día de hoy, tan es así que en un lugar privilegiado, aún tengo un recorte del periódico que te mencionaba con foto incluida. Dice que eres un escritor que se atreve a nombrar las cosas por su nombre y a desafiar el sentido común de la sociedad. Yo, que he averiguado tanto sobre ti, no estoy muy de acuerdo con esas palabras, pero ese es otro tema. En lo que tengo que concentrarme ahora es en investigar por qué Pedro Cascabel dice que tu opción gay es importada. Me tinca que te tiene envidia, entre otras cosas, porque tu cabellera es natural y frondosa, en cambio él tuvo que someterse a una intervención quirúrgica y quedó con pelo de muñeca, él que siempre criticó la frivolidad no le quedó otra alternativa. Ahora, como le da vergüenza, se tapa la cabeza con unos pañuelos horripilantes, como paños de cocina o trapos de limpieza que le dan ese aspecto de matriarca de campamento gitano, una mujerota no aseada por siglos. No infieras que el tipo me cae mal. No, lo que pasa es que mi fuerte son las descripciones por comparación y no puedo dejar pasar la oportunidad de poner en práctica esta habilidad mía.

Pero, volvamos a mi casa de la infancia. Mi abuela dormía en la habitación intermedia, que tenía una cama, dos veladores, un mueble con espejo, cajones y un ropero. La pieza más grande había sido decorada para sus trabajos esotéricos con una alfombra de color azul y en sus muros y techo ella había pegado cajas de huevos para que simularan los cráteres de la luna. Su mobiliario consistía en dos sillones confortables que se enfrentaban separados por una mesa de juego de roble americano sobre la que descansaban tres bolsas de género, una en amarillo oro, otra rojo intenso y una verde esmeralda que contenían los tres elementos que ella usaba en sus predicciones, tierra, piedras y metales. Todo esto se encontraba alrededor de una figura de porcelana china que representaba a Buda, gordo y de piernas cruzadas. Todas las noches ella le sobaba la guata y le pedía plata. Según ella esa rima era mágica. Antes de quedarse dormida tejía unos paños en frivolité que ponía debajo de adornos, lámparas y flores por toda la casa. Decía que eso la ayudaba a relajarse y que además, sus amigas la alababan por su buen gusto y lo finas que parecían esas labores.

En su trabajo esotérico, mi abuela era experta en preparar a las mujeres para que prescindieran de los hombres y se había hecho conocida por su capacidad para convencerlas de que esa decisión les traería felicidad y prosperidad. Cobraba una Unidad de Fomento más IVA por hora, porque pensaba que plantear el cobro en esos términos le daba más credibilidad. Emitía una boleta de impuestos por los servicios prestados en la que debajo de su nombre figuraba su actividad: Orientadora en la desorientación. Se jactaba de ser la única mujer en el mundo que poseía los conocimientos imprescindibles para desempeñar ese delicado trabajo. Su técnica consistía en encender un puro en forma de falo y fumárselo para esfumar de manera simbólica el poder que ejercían los hombres en las vidas de las mujeres. El tabaco era fuerte pero despedía un aromático olor a chocolate. Mientras lo consumía pedía a sus clientas que le narraran los episodios más desagradables que recordaran del hombre del que querían deshacerse. Algunas aprovechaban esta experiencia y se hacían expertas en descripciones con mala fe. Si mi abuela estuviera viva yo le pediría que me ayudara a hacer una descripción con mala fe de tu gordito para descargarme de la rabia que me inunda y por si ese hombrecito se esfuma de tu vida. Eso sería para mí la séptima maravilla.

Todo sufrimiento tenía para ella su origen en las opciones obligatorias que impone la sociedad a su gente. En el caso de los problemas sentimentales son la monogamia y la maternidad a los que yo agregaría, la heterosexualidad. En este sentido, cualquier desliz o infidelidad involuntaria diría ella hoy en día, se convierte en el inicio de un conflicto que puede finalizar en drama con intervención de la justicia a través de fiscales, audiencias de formulación de cargos y cobertura publicitaria. Claro que si se le permitiera a cada persona, que nace poliamorosa, repartir su capacidad de amar entre un amplio espectro de individuos distintos, las mujeres como mi abuela habrían quedado desde siempre sin trabajo. Ella tuvo suerte de que en su época no había tantas opciones o si las había, eran casi secreto de Estado.
En el tercer milenio tenemos heterosexuales sobrepasados por querer representar al prototipo de macho recio y poseer un pene fláccido y serios problemas de erección, identidad, posición social y dinero, este último, problema no menor a la hora de tener sexo. Esto tómalo como un paréntesis.
Sobre los pensamientos de mi abuela yo tengo mis dudas y creo que ella realmente nunca supo lo que es ser heterosexual, porque ella lo usaba más bien como sinónimo de promiscuidad. No la imagino aconsejando a sus clientes opciones como la bisexualidad, el autoerotismo o el transgénero. También pienso que todavía no se popularizaban las cirugías estéticas con sus implantes de silicona, cambios de sexo y esculturas de cuerpos, además de diversos tratamientos hormonales. Esto te lo cuento como dato y te resumo lo que mi abuela no alcanzó a saber y que actualmente es posible para un individuo. Lleva la batuta quien es hombre o mujer heterosexual, porque es la opción más masivamente aceptada; ser transgénero homo u heterosexual es la opción más artística del sexo y luego está ser gay, dentro o fuera del clóset, activo, pasivo o moderno, experimentado, asustado, primerizo o de la calle; ser lesbiana, macho o hembra, biológica, picada, imitadora o bisexual, ser hombre y mujer a la vez, ser andrógino asexuado, aceptarse o rechazarse, ser anal, oral, platónico o genital, fetichista, ritualista, masoquista, abstinente, amante de los roles o no ser nada y para qué te cuento más.

Sí, tengo que contarte más cosas ya que sospecho estar en vísperas de ser feliz. Nadie me lo ha dicho, porque nadie sabe qué es la felicidad, por eso creo que intentaron hacerme sentir mal y me dijeron algunas cosas de esas que creen los adictos a la religión. Dicen que el sexo entre hombres es antinatural, pero qué cosa más antinatural que las religiones. ¿O me van a decir que los prodigios y milagros que promocionan al por mayor son cosa natural? Un predicador me dijo que para ellos soy la tierra estéril que logra apoderarse de manera equivocada, por no decir perversa, de los nutrientes del hombre sano, del héroe o de Dios. Algunos escritores fanáticos que se creen de moda, me han gritado cosas horribles, personales, no literarias eso sí. Esto lo percibo como un ataque contra la pequeña porción de la humanidad que permanece en el lado del bien, pero estoy seguro de que nunca lograrán persuadirme de que sus vidas son mejores que la mía.

Mi psiquiatra conjetura que imagino tu semen como un alimento espiritual que me hace mucha falta. No sé si estoy de acuerdo, porque siempre, cualquiera sea el tema que estemos tratando, le hablo sobre semen o sobre genitalidad explícita para impactarlo y tratar de desviar su mirada a mis señales corporales, guiño de ojos, mi lengua humedeciendo mis labios, la punta de mis dedos pellizcando mis tetillas, ese tipo de cosas. En esos momentos, fijo mi atención en su entrepierna en busca de la evidencia de su excitación. Hasta este minuto no ha pasado nada. ¿Tendrá un autodominio más poderoso que su lado animal? ¿Será gay pero su condición de psiquiatra lo inhibe? De cualquier forma estoy seguro de que para mí tú no representas nada espiritual, sino una abundancia distinta, un exceso de todo lo masculino que habita el universo y la carne, tu carne, la deseo con naturalidad. Quisiera envolver mis huesos con tu carne. Me desespero cuando pienso en eso y no puedo parar de dar jadeos y de pasar la lengua por una proyección invisible de tus brazos y tu cuello. Doy mordiscos a la silueta que ocuparían tus nalgas inflamadas si estuvieras en mi habitación.

Aunque tú no lo creas todo esto que te estoy diciendo no son degeneraciones, sino el más puro amor inocente. En mi vida practico la inocencia y la degeneración la dejo como tema literario. Para mi los degenerados son otros, siempre gente mayor de cuarenta, pero no lo digo por ti, así es que no te preocupes, o mejor preocúpate, porque mucha gente lleva una vida absolutamente normal hasta que alcanza esa edad y comienza a dar rienda suelta a sus fantasías. Yo me lo explico como algo que se relaciona con la pérdida del atractivo juvenil. ¿Recuerdas a ese químico que hacía experimentos con las pobres travestis y que todo el país lo supo porque la noticia salió en el diario La Cuarta? Yo me aproveché de la historia para escribir un cuento que si quieres puedo compartir contigo. Dicen que al tipo se le pasó la mano y mató a una niña especial, de esas regias que tienen pene, que era muy conocida en el ambiente. Eso significó que todas las otras niñas, todas con pene, se juraran a sí mismas vengar su muerte. Esto te lo digo para que tengas cuidado con los elementos infiltrados, porque has de saber que se dice por ahí, que una mano negra siempre está intentando desprestigiar a los gays, a las lesbianas y a las travestis, que en su gran mayoría somos gente honesta. Para empezar, las humillan refiriéndose a ellas como los travestis intentando dejar en descubierto que en su entrepierna ocultan el pene. Y eso viene siendo una manera elegante, porque los más ordinarios de todos los ordinarios las llaman mujeres de tres patas. El verdadero nombre de ellas es transgénero, pero los periodistas las bautizaron como travestis. Después te voy a contar esa historia con más detalle.
Has de saber primero, por si alguien te llega con el chisme, que me he estado interesando en la pornografía como fuente de inspiración lo que podría hacerte creer que yo no tengo claro dónde están los límites. A veces consigo imágenes pornográficas donde aparece algún sugar daddy dándole nalgadas a un joven latino, raquítico, de cara bonita muy parecido a mí. ¡Cuánto quisiera sentir en esos momentos el peso de tus enormes manos sobre mi culo! Esto, por supuesto, como te lo dije anteriormente, es literario.

Lo que no es literario sino real es que me tienes obsesionado y como no me conoces me veo en la obligación de revelarte algunos aspectos de mi vida. Perdona si no se alcanza a vislumbrar un orden, pero ya lo declaré: soy caótico y voy a empezar a narrar aspectos de mi vida tal como se los cuento al psiquiatra. Él tiene la culpa, pero él le echa la culpa al psicoanálisis. Una vez le pedí que me prestara las anotaciones que hacía en su libreta para fotocopiarlas y enviártelas así tal cual, pero el tipo se negó de una manera tan rotunda que sospeché de inmediato que tales apuntes no existían. Lo más probable es que esa libreta fuera un escudo que el médico utilizaba para protegerse de mí. El problema es que ahora tengo doble trabajo. Deberé contarte a ti lo mismo que ya le había contado a él.
Empecemos. Una noche de miércoles cualquiera, puse el despertador para el jueves a las nueve de la mañana. Llevaba ya casi una semana levantándome a mediodía, después de un sueño pesado y agotador. El sentimiento de culpa me obligó al uso del reloj despertador. Ya no iba a clases desde hacía un año y no hacía prácticamente nada. Sentía que me estaba enfermando. Miraba la pantalla del computador, fumaba un cigarro en la terraza del departamento, veía la seguidilla de programas de televisión, de esos para las dueñas de casa, daba vueltas y vueltas para ver si a las plantas les hacía falta agua, si había un escape de gas o para mirarme en el espejo y ver si me habían salido puntos negros en la cara.

En esa época ya había muerto mi abuela y yo había conseguido que nadie se inmiscuyera en mi vida por maravillosos dos años, qué exagerado estoy, fueron solo dos meses. Esto parece flash back. Se metió mi abuela y voy a tener que retroceder unos años en el relato. A la señora la enterraron con el alivio de saber que no haría gastar dinero a nadie porque se enfermó, se agravó y se murió, todo casi al unísono. Dicen que mi madre se mandó una frase magistral. Dijo que para cuidar enfermos se necesitaban cuatro cosas: gratitud, afecto, tiempo y dinero y ella no estaba agradecida de nadie, no le sobraba la plata, le cargaba perder tiempo en asuntos que no le incumbían y no sabía qué cosa era el afecto, porque eso nadie se lo había enseñado. A mí ni siquiera me saludó, no creo que haya sido de mal educada. Pienso que venía memorizando el parlamento y temía que se le olvidara alguna parte importante antes de irse, porque debía retirarse rápidamente y muy indignada. Esa era una técnica que había desarrollado con el fin de que todos se paralizaran para poder huir sin que nadie se le acercara.
Luego de la muerte de mi abuela traté de pasar inadvertido, manteniendo la casa aseada, pagando las cuentas de lo mínimo que consumía y no comentando con nadie mi situación particular de ser un adolescente en edad escolar que vivía solo. Dejé de ir a clases y empecé a vagar por las calles hasta dar con los barrios donde se transa sexo en el sistema popular e informal de compra y venta. Se me ocurrió que ahí podría haber algo que yo pudiera hacer para ganarme la vida.
Fue así como llegué a la antigua calle San Camilo, una de las más famosas y tuvo su época de señorío por varias décadas. En sus alrededores se estacionaban limusinas, Mercedes Benz, Jaguars y radiotaxis que solicitaban por igual a mujeres, hombres y travestis. Se vino abajo cuando se instalaron las dependencias del Ministerio de Cultura a asignar recursos estatales a los mejores escritores y sus proyectos. En realidad eso es lo que se dijo, pero nunca se ha cumplido. Esto de ahora es un flash forward, porque necesito ampliar información sobre ese ministerio y las platas que asigna. Ahora ingresan por la mismísima calle San Camilo funcionarios públicos y miembros de los partidos políticos travestidos en escritores y ejercen otro tipo de prostitución, les llaman “los boca redonda”, esto significa “succiona glandes”, no te explicaré que esto es un insulto abiertamente homofóbico que necesito usar para no alterar el quid de la cuestión. La obsesión de ellos por camuflarse ha llegado a tal punto que ahora es posible leer en los letreros de las esquinas y en los comunicados oficiales del ministerio el nombre “Fray Camilo Henríquez”. Como si uno no supiera que se trata de dos personajes completamente distintos.
El Santo en cuestión se las traía en su juventud, jugador empedernido y víctima de una herida supurante en uno de sus pies, sufrió hambre, miseria y la falta de solidaridad de dos órdenes religiosas que lo expulsaron de sus conventos -donde ayudaba a otros enfermos- por considerarlo apestoso. ¿Creerán que con este cambio de nombre logran engañar a alguien? Lo que es yo, creo que los apestosos son estos ignorantes mafiosos con pretensiones intelectuales. Lo bueno es que parece que nadie los toma en serio. Todavía cuando paso por ese sitio, diviso regias travestis muy ufanas sintiéndose dueñas de su territorio y limpiándose el trasero con los manuscritos con más puntaje que manos negras botan a los basureros para que los premios los obtengan sus amigos o ellos mismos.

Un caso aparte es el barrio El Golf. Allí se gana dinero, pero los clientes exigen más de la cuenta. Se debe exhibir el carné de sanidad, porque ricos y pobres se niegan a usar condón, alegan que les aprieta o que les roba gran parte del placer. Más encima algunos se ponen remilgados y cursis. Una vez a mí uno me preguntó si lo amaba. Nada que ver. Yo no sabía si contestarle una pachotada o mentirle. Un aspecto terrorífico que interfiere en la búsqueda de nuestros encuentros íntimos son las llamadas redadas. En ellas participan policías reprimidos sexuales y psicópatas que lo único que buscan es conseguir una atención gratuita y más encima con exigencias que han copiado de las películas porno que ven. Solo se excitan con accesorios como cadenas, esposas, sables, látigos, botas altas de cuero y artilugios que no te describiré para no herir tu tierna sensibilidad. A ti solo me nace acariciarte.
Esto que voy a aclarar aquí no es para ti, sino para los intrusos que lean esta carta. Lo que pasa es que como son historias personales, hay que mezclar hechos concretos, fantasías y emociones. Entonces de repente se arma un lío. A esto hay que agregarle que yo soy neurótico y me vienen ataques de ira, porque hay cosas que yo no me puedo callar y las diré aquí y donde sea necesario decirlas, puede ser en una novela, en poesía, ensayo, llamadas telefónicas o mientras hago fila en Servipag.
¿En qué estábamos? Ah, estábamos en uno de mis temas recurrentes, la prostitución y los entornos que la acogen.
Te digo, yo personalmente prefiero el litoral. Cuando uno se pega un viaje al Puerto de Valparaíso a esperar la llegada de un buque mercante, se da cuenta de inmediato la diferencia: los gringos pagan bien, cumplen la transacción con honor, es decir sin reclamar, no regatean como los chilenos y no exigen la yapa. La yapa puede ser un par de agarrones de más o suplicar pasarse del tiempo necesario para acabar como Dios manda, pero uno nota que lo que buscan es alargarse para lograr una segunda eyaculación y eso nada que ver ¿no es cierto amor, mío?
Perdona, no puedo seguir escribiéndote esta carta si no te confieso un detalle no menor. Lo último que acabas de leer está lleno de registros de pelambres que he escuchado en la fila que hacen los giles que postulan al Fondo del Libro, porque debo confesarte de inmediato que una vez yo también caí en la trampa y postulé. Las otras historias las tomé prestadas de gente que yo conocí por ahí y pensé que sería divertido imaginar tu cara cuando las escucharas. ¿Será una cara de espanto, de asombro, de curiosidad o más bien tus labios dibujarán una sonrisa picarona?

A propósito de pelambres, esto tiene que ver contigo. Escuché que tú financiabas tus entrevistas para que las preguntas de los periodistas ayudaran a aumentar la venta de tus libros, pero que en realidad en ámbitos académicos eras considerado un “nulito intelectual”. Yo me quedé callado, porque debo confesarte que me da cosa leerte, así es que no tenía argumentos para elaborar una defensa exitosa de tu obra. Esa noche, después de haber dejado mi Proyecto en Fondart y, mientras no podía dormir de tanto que me pesaba la conciencia por no haber sido capaz de alzar mi voz a tu favor, sentí que te debía al menos una reparación por esta falta mía y se me ocurrió una idea fantástica, contarte pelambres de parejas conocidas, algunas heterosexuales y otras onda gay, es decir sus historias, para que tengas harto material y así detengas los comentarios malintencionados de la crítica y de los escritores que te tienen envidia. Porque si te fijas muy bien, al leer los artículos de supuesta alabanza hacia ti y tu obra, subyace un dejo de sarcasmo en el lenguaje que emplean esos tipos. Deberás preocuparte de leer con comprensión, no como la mayoría de los chilenos que no entiende nada. Estás, desde ya, autorizado para mezclar las historias que voy a compartir contigo cuando las utilices en tus futuros escritos. Algunos de sus protagonistas pertenecen a mi árbol genealógico, otros los saqué de la prensa amarilla o de la calle y los menos de los desórdenes de mi imaginario. Te anticipo algunos nombres: Nono, Carlitos, Marcia, Fabrizzio Carlo, Wilson y el siniestro gordito.

Me acaban de interrumpir para traerme un ejemplar de La Tercera donde viene una invitación tuya, en un inserto pagado por tu sello editorial. Dice textualmente: Ven a celebrar la aparición de la novela más esperada del año y comparte con el autor una íntima conversación. Se refieren a Los amantes de siempre. ¡Qué horror, no puede ser! El único ser con derecho a compartir algo íntimo contigo debiera ser yo. ¡Qué se habrán imaginado estos rotos! ¡Huy!, verdad que no puedo decir roto, porque de todos es sabido que solo los rotos rotean.
Pero volvamos a la realidad de mi vida. Nunca la felicidad ha sido eterna. No quiero decirte con esto que en la época en que viví solo y me relacioné con la calle y todo lo que eso significa fui, ni verdaderamente feliz ni dramáticamente desdichado. Lo que quiero decir es que las cosas después se pusieron un tanto peores y es precisamente eso lo que estaba tratando de contarte hace bastante rato, antes de que me bajaran los ataques de neurastenia, rabia, ira y esas cosas.
Un día, unos parientes llegaron con el fin de apoderarse de lo que según ellos, les correspondía en herencia, así es que yo, como aún era menor de edad debí obedecerles e irme a vivir a su casa. Les pregunté por mi madre, suponiendo que ella debía heredar a mi abuela y me informaron que después de su exabrupto en el funeral, estaba declarada legalmente desaparecida.

Estas especies de tíos lejanos y postizos formaban un matrimonio que se esforzaba por mantener las apariencias de una familia acomodada. Nunca me quedó claro el grado de parentesco que yo tenía con ellos, pero cuando se referían a mi abuela siempre la trataban de tía. Yo los había visto un par de veces antes del día fatídico en que aparecieron por la casa.

La mujer se llamaba Marcia y no era una mala persona, pero sí algo tonta. Se le ocurrió que ella y su marido podrían reformarme, rescatarme de la inmoralidad que significa que a un hombre le guste otro hombre y convertirme en un individuo útil a la sociedad. Yo me pregunto hasta el día de hoy. ¿De qué forma les habrá llegado el rumor de mi condición?
De inmediato, me obligaron a asistir a esos establecimientos educacionales que ofrecen nivelación de estudios y donde es posible aprobar tres años en uno sin mayor esfuerzo. Después de eso creí que se darían por satisfechos, pero me matricularon, sin preguntarme, en un curso de computación y otro de inglés. Esos estudios me permitieron lograr exactamente lo que ellos no deseaban. Me hice cliente asiduo de ciber cafés y empecé a frecuentar todo tipo de páginas vinculadas al erotismo, la pornografía y las redes internacionales de contactos personales orientados al sexo, donde conocí gente aún peor de la que ya había podido conocer en la calle, y ellos nunca se enteraron y no se enteran hasta el día de hoy. Supongo que tú también me guardarás este secreto. Hay otro detalle que ya no es secreto. Soy un escritor sin profesión, pero puedo hablar con propiedad cualquier tema literario o de interés cultural porque he sido autodidacta, eso sí me he jurado no caer nunca en la vulgaridad de llenar las páginas de mi obras de citas cultas para validar mis escritos. La verdad es que en mi cerebro tengo almacenada una no despreciable cantidad de citas que uso como arma de conquista frente a los hombres que me gustan. Es una práctica bien habitual entre los escritores heterosexuales que quieren llevarse alguna mujer a la cama y como yo me imagino que tú tendrás un lado femenino lo suficientemente desarrollado te voy a soltar un par de esas citas a ver si caes. Son de Gilles Deleuze, que estoy seguro te tiene que fascinar como me fascina a mí. No es emocionante visionarlo diciendo: “El acto de escribir es una tentativa de convertir la vida en algo que no es sólo personal, de liberar la vida de aquello que la aprisiona”, o bien: "El hecho moderno es que ya no creemos en este mundo. Ni siquiera creemos en los acontecimientos que nos suceden, el amor, la muerte, como si sólo nos concernieran a medias”.
Te propongo que guardes estas citas para que en nuestro encuentro oficien de santo y seña entre nosotros.
Ahora, después de este paréntesis, vuelvo a mi historia. Te había contado que murió mi abuela, que logré vivir solo un par de años, -en realidad fueron un par de meses pero lo exageré por razones literarias- y que me descubrieron unos tíos que me obligaron a vivir con ellos. A propósito de razones literarias, acabo de tomar una decisión: voy a transcribirte parte de mis escritos autobiográficos, pero como me gusta hacer acotaciones, correcciones y comentarios sobre la marcha y además me distraigo porque me sobrevienen flash back y flash forward y además me gusta citar conversaciones con gente de mi pasado, anotaré todos los fragmentos originales en cursiva. Te contaré que yo prefiero las cursivas a las comillas, no como Fernando Vallejos. Ahora si alguien se enoja y dice que las cursivas son cursis, que hable todo lo que quiera, a mí me da igual. Y esto es un consejo para ti: si quieres ser un escritor auténtico, debes demostrar un carácter a toda prueba y jamás tomar en cuenta las recomendaciones de los demás. Me explico, ¿no es cierto?

La primera noche que dormí en esa casa me tendí en la cama y estiré los brazos para hacerlos crujir y ver si así podía soltar las articulaciones y mejorar mi postura. Sólo quería aliviar esta cifosis enfermiza que en un momento me diagnosticaron los traumatólogos luego que descubrieron que mis miedos ancestrales los cargaba en mis hombros aterrorizados, si te fijas esto es una personificación pero también un diagnóstico, es decir la medicina también puede hacer literatura. Este bloqueo físico me lo dejó la pasada por tantas calles llenas de perros ladrando cuando yo deambulaba en busca de desperdicios en los tarros de basura en mi época de libertad absoluta. Equivocado, sentí alivio cuando mis parientes me llevaron a vivir con ellos. Todavía no me daba cuenta de que mi condición ahora era similar a la de un secuestrado.

(Continuará)

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